jueves, 28 de abril de 2011

Caracter impulsivo...



«Mi carácter arrebatado me hacía explotar en cólera ante la menor provocación.

La mayoría de las veces, después de uno de esos incidentes, me sentía avergonzado y me esforzaba por consolar a quien había dañado. Pero los rostros tristes de ellos y sus reproches me mostraban cuánto los había lastimado.

Un día mi maestro, que me vio dando excusas después de una explosión de ira, me llevó al salón y me entregó una hoja de papel lisa y me dijo: Estrújalo. Asombrado, le obedecí e hice con él una bolita. Ahora, volvió a decirme, déjalo como estaba antes. Por supuesto que no pude dejarlo como estaba, por más que traté, el papel quedó lleno de pliegues y de arrugas.

Me dijo el maestro, el corazón de las personas es como ese papel. La impresión que en ellos dejas, será tan difícil de borrar como esas arrugas y esos pliegues. Esa simple lección me hizo aprender a ser más comprensivo y más paciente; cuando siento ganas de estallar, recuerdo ese papel arrugado.»

Es cierto, la impresión que dejamos en los demás es imposible de borrar. Más aún cuando lastimamos tanto con nuestras bruscas reacciones o con nuestras palabras. Por más que luego intentemos enmendar el error, ya será tarde. Alguien dijo una vez: «Habla sólo cuando tus palabras sean tan suaves como el silencio.» Cuando se actúa por impulso, no podemos controlarnos, y sin pensar arrojamos en la cara del otro, palabras llenas de odio y rencor, y luego, cuando pensamos en ello, nos arrepentimos.

Pero no podemos dar marcha atrás, no podemos borrar lo que ya quedó grabado. Muchas personas dicen: «Aunque le duela se lo voy decir», «La verdad siempre duele», «No le gustó porque le dije la verdad» etc. Por supuesto que hay que decir la verdad, sólo que hay formas de decirla.

Si sabemos que algo va a doler, y a lastimar mucho, debemos buscar las palabras más suaves y el tono más cariñoso que encontremos para que esa verdad sea realmente constructiva, un acto de amor.

Si por un instante imagináramos cómo nos sentiríamos nosotros si alguien nos hablara así ¿lo haríamos? Ahí sí que nos esforzaríamos por dar lo mejor y por analizar lo que vamos a entregar.

Qué distinto sería todo si pensáramos un poco antes de reaccionar mal, si lográramos medir las consecuencias de nuestras palabras. Recuerda: Lo que de tu boca sale, del corazón procede. Aprendamos a ser comprensivos y pacientes.

«Porque toda naturaleza de bestias, aves, serpientes, y de seres del mar se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.» (Santiago 3:7-10).

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