jueves, 5 de mayo de 2011

Las canicas rojas...


Durante los duros años de la depresión, en un pueblo pequeño de USA, solía parar en el almacén del señor Miller para comprar productos frescos de granja. La comida y el dinero faltaban y el trueque se usaba mucho. Un día en particular, Miller me estaba empaquetando unas papas. De repente me fijé en un niño pequeño, delicado de cuerpo y aspecto, con ropa roída pero limpia que miraba atentamente un cajón de arvejas frescas. Pagué mis papas pero también me sentí atraído por el aspecto de las arvejas. Me encanta la crema de arvejas y las papas frescas! Admirando las arvejas, no pude evitar escuchar la conversación entre Miller y el niño. -Hola Barry, como estás hoy? -Hola señor Miller. Estoy bien, gracias. Solo admiraba las arvejas, se ven muy bien. -Sí, ¿cómo está tu mamá? -Bien. Cada vez más fuerte. -¿Te gustaría llevar algunas arvejas a casa? -No Señor. No tengo con qué pagarlas. -Qué tienes para cambiar por ellas? -Lo único que tengo es esto, mi canica más valiosa. ¡Es una joya! -Ya veo. MMMMM... el único problema es que ésta es azul y a mí me gustan las rojas. ¿Tienes alguna roja en casa? -No exactamente pero casi. -Hagamos una cosa. Llévate esta bolsa de arvejas a casa y la próxima vez que vengas me muestras la canica roja que tienes. -¡Claro! Gracias, señor Miller. -La señora Miller se acercó y con una sonrisa me dijo: -Hay dos niños más como él en nuestra comunidad, todos en una situación muy pobre.

A Jim le encanta hacer trueque con ellos por frutas o verduras. Cuando vuelven con las canicas rojas, y siempre lo hacen, él decide que en realidad no le gusta tanto el rojo y los manda a casa con otra bolsa de mercadería y la promesa de traer una canica color naranja o verde. Me fui del negocio sonriendo e impresionado con este hombre.

Un tiempo después, me mudé a Colorado, pero nunca me olvidé de él, de los niños y los trueques. Varios años pasaron y me enteré que Miller había muerto. Esa noche sería su velorio y sabiendo que mis amigos querían ir, acepté acompañarlos. Al llegar vi a tres hombres jóvenes. Uno tenía puesto un uniforme militar y los otros dos unos lindos trajes oscuros con camisas blancas. Parecían profesionales. Se acercaron a la señora Miller. Cada uno la abrazó, la besó, conversó brevemente con ella y luego se acercaron al ataúd. Luego se retiraron secándose los ojos.

Al acercarme a la señora le dije quién era y le recordé lo que me había contado años atrás sobre las canicas. Con los ojos brillando, me tomó de la mano y me condujo al ataúd. -Esos tres jóvenes que se acaban de ir son los tres chicos de los cuales te hablé. Me acaban de decir cuánto agradecían los trueques de Jim. Ahora que Jim no podía cambiar de parecer sobre las canicas, vinieron a pagar su deuda. -Nunca hemos tenido riqueza, me confió- pero ahora Jim se consideraría el hombre más rico del mundo. Con una ternura amorosa levantó los dedos sin vida de su esposo. Debajo de ellos había tres canicas rojas exquisitamente brillantes. Moraleja: No seremos recordados por nuestras palabras, sino por nuestras acciones. La vida no se mide por cada aliento que tomamos sino por las cosas que nos quitan el aliento.

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